• La realidad superó la ficción

    La realidad superó la ficción

    ¿Cuántas veces hemos pensado que hay situaciones que sólo se dan en la ficción?.

    No me refiero en estos momentos a situaciones catastróficas o de grandes conflictos, o quizás hasta de terrorismo, que podamos ver en alguna película. Por desgracia siguen produciéndose en la vida real muy a nuestro pesar.

    Me refiero a escenas más simpáticas o cómicas, de esas que salen en las comedias y que piensas que en la realidad nunca pueden ocurrir, de lo tontorronas y absurdas que son.

    Me viene a la cabeza cuando hace unos días empezó a llover copiosamente en la ciudad. Y yo, que soy una persona que, según mi madre, pareja y algunos miembros más de mi familia, ‘me hospedo en la calle’, opté ese momento por permitirme una tarde casera de relax. Es decir, mi siestecita, un buen libro, y una peli que me entretuviera.

    Con la siesta y el libro no tuve problemas, pero sí para encontrar una peli de mi agrado. No había ninguna medianamente potable. Todas eran infumables. Terminé por poner de fondo una que en su momento me puso muy nerviosa, pues es de esas películas ‘no toleradas por adultos’ y que no me gustó nada.

    Se titula ‘Sólo en casa’. Sé que han hecho más versiones debido al gran éxito que tuvo en su momento. Yo misma acompañé a mi hijo a verla en su día, y todo el cine, menos yo, se tronchaba, de las tortas, golpes y demás manporrazos que recibían ‘los malos de la peli’ por parte de un niño rubio, odioso, y asqueroso, el cual se había quedado solo en casa debido a que sus padres se lo habían olvidado, al irse de vacaciones a otro Estado.

    A la salida pensé ¡qué tontería de película! ¿Cómo unos padres, por muy despistados que fueran, se van de viaje y se olvidan a un niño? Es imposible. Eso pasa sólo en las películas.

    Pues no. No sólo pasa en las películas. 

    Unos cuantos años después, en la celebración de las bodas de oro de mis padres, no sólo nos dejamos olvidado en un pueblo de Mallorca a un niño, nos dejamos olvidados a dos!!!. 

    Pero no a dos niños desconocidos. Nos dejamos olvidados a dos ‘de los nuestros’ (ya parezco que hablo como las películas del Padrino). Es decir, dos nietos de mis padres, ya que la primera parte de las celebraciones (que duraron tres días) era una Misa en una bonita localidad de la Isla, y oficiada por un cura, el Padre Vicente, que también compartía autocar con nosotros.

    Os explico: Para la celebración de la Misa, nos dirigimos a Sencelles a la casa natal de Sor Francinaina en un autocar alquilado al efecto, con su chófer correspondiente y allí nos reunimos además de mis padres, hermanos y sobrinos de varias ciudades de España. Algunos hacía tiempo que no nos veíamos.

    Todo eran besos, abrazos, alegría, risas, complicidad, hacernos fotos, y demás efusiones típicas de cualquier familia bien avenida.

    Después de la misa, ¿qué mejor que hacer un refrigerio en un bar de Sencelles?.

    Pues allí en ese bar, es donde nos dejamos olvidados a dos sobrinos míos. Uno de cuatro añitos y otro de seis. Y no nos dimos cuenta hasta casi llegar a Palma, que los echamos de menos y empezamos a buscarlos creyendo que estaban escondidos debajo de algún asiento. Y eso que les llamamos en alto y les amenazamos que si no salían se quedaban sin postre. Nada….ni siquiera ante ese castigo salían de su escondite.

    ¡Qué soponcio mami!. ¡¡¡¡¡ No estaban en el autocar!!!!! Aggggggg, Aggggg, gritaron las dos madres de los niños. Una se puso a llorar desconsolada, y la otra todavía volvía a tirarse en el suelo por si veía algún piececito del tamaño que suelen tener las criaturas de esas edades. Pero no. Allí no estaban. 

    El cura consolando a una de mis hermanas, y diciéndole que también la Virgen perdió al Niño Jesús en el templo. Pero ella no encontró mucho consuelo en sus tiernas palabras pues seguía llorando a mares.

    No entramos ni en Palma. Dimos media vuelta todos acongojados y llegamos hasta Inca donde al chófer le habían comunicado que habían recogido a dos niños que iban solitos por la carretera llorando y cogidos de la mano, haciendo autostop. 

    ¡Cielos!. Eran ellos. Seguro. ¿Cuántos niños se suelen abandonar un viernes a las trece horas en un bar de un pueblo? No creo que muchos...

    Por lo visto, los niños se entretuvieron en un patio que tenía el bar, junto a los lavabos, jugando con unos gatitos y cuando salieron vieron como el autocar se iba alejando de ellos. Los pobres qué soponcio debieron coger, corriendo detrás del autocar y llamando….’mamá….mamá…..abuelos……’. 

    Lo peor también fue la reprimenda que se llevó el chófer, pues en Inca le dijo un Guardia Civil que cuando se llevan pasajeros hay que contarlos. Supongo que el Guardia se refería a pasajeros turistas.

    El pobre tendría que haber contestado, que cuando se lleva a miembros de una misma familia, y no muchos, lo lógico es que se cuenten entre ellos y no vayan dejando miembros por allí y por allá. Pero fue todo un profesional y caballero y no nos delató. Aunque ya teníamos unos remordimientos de aúpa por nuestra falta de vigilancia, ya que, después del piscolabis en el bar de Sencelles todos alegres y divertidos subimos al autocar sin pararnos a mirar si nos habíamos dejado ‘algo’ o ‘alguien’.

    Así que el otro día que volvía a mirar de reojo la peli y volvía a ponerme nerviosa con el niño odioso, pensaba una y otra vez que ¡nunca digas de esta agua no beberé!, pues en esa peli la ficción no superó bajo ningún concepto a la realidad que nos ocurrió unos años atrás.

    La única cosa que nos ha hecho disminuir los remordimientos, es ver ahora a esos niños, ya mayores, todo sanotes y felices, y que cuando se nombra el tema, siempre acabamos todos llorando de la risa de ….¡cómo puede alguien dejar olvidados a unos niños en un bar!. 

    Vivir para ver.
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