• Esperando al médico de cabecera

    La vida es como una caja de bombones....


    Había llegado un minuto tarde a mi médico de cabecera, por culpa absolutamente mía, que no era otra cosa que haber sido tentada por unas cajas de mandarinas deliciosas expuestas en una frutería dos calles antes. 

    Si mi hora era a las diez menos veinte, llegué a menos diecinueve, nada grave, pero … ¿y si me han llamado y había perdido el turno por un minuto? 

    Así que me dirijo al pasillo estrechito de la consulta del médico, en donde al fondo hay tres asientos uno de los cuales estaba libre, y al lado cuatro y cuatro asientos en fila india todos ocupados. Y en el libre me siento yo con mi bolsa de mandarinas.

    Y se me ocurre un poco angustiada preguntar a la señora de al lado, si sabía si había retraso, me contesta la buena señora algo así como: ‘hay molto ritardo’, ‘mio marito tenne hora a cuarto nueve’.

    Como yo debí poner cara un poco rara, pues aunque no sea ducha en idiomas algo entendí, y mientras me señalaba el reloj y me marcaba la hora, me contó la buena señora, que era napolitana al igual que su marido. Que se casaron allí, en esa ‘bella’ ciudad, pero que llevaban tres años en la Isla porque la seva filla se había casado con un mallorquín. Y que el pobre marido estaba desde las siete de la mañana, ‘alora no aprofitto….’ y actó seguido me señaló con la mano la boca. 

    Total que deducí, muy inteligente por mi parte.., que el buen señor, entre pecho y espalda hacía horas que no tenía más que lo que todos tenemos, es decir, algunos órganos vitales y nada más, por lo que procedí de inmediato y en un ‘pis pas’ a enseñarle mi bolsa blanca llena de mandarinas preciosas, gordas y lustrosas y a ofrecerle una con un ademán (es decir, subiendo y bajando la cabeza de él hacia las mandarinas y viceversa y así cuatro o cinco veces). 

    El marido me miró con carita de perro lastimero y me contestó con la cabeza que ‘no, grazzie mille’, (lo supe porque su cabeza giraba de derecha a izquierda sin parar, pues si no….. con mi torpeza idiomil…).

    Pero al instante, su esposa, que era la que estaba a mi lado, le dijo: Pietro, no offendere a la signora…....ti prego!!!! Yo no entendí qué le dijo, pero Pietro cogió ipso facto la más hermosa de mis mandarinas y entre gajo y gajo sólo decía… ‘Grazie mille, grazie mille’. Y yo contestaba….. ‘Yo no importar, Yo no merecer….etc, etc’

    Bueno, pues estaba el pobre deglutiendo el último gajo cuando ya desesperados de esperar escuchamos a una ‘medico’ dentro del despacho de nuestro doctor de toda la vida, gritar como posesa……. ‘Fulanito de tal’…. Y escuchar en el pasillo ‘Síiiiiiiiii’, después a la médico berrear….. ‘Pietro della Ugoccione’ y Pietro con todavía el gajo en la boca no decir ni pío, pero su mujer, (que me dijo llamarse Severina) gritar….’No siamo qui’. Y la médico volver a gritar… Pietro….. y yo ya viendo que la médico era de las mías, es decir, nula en idiomas, me puse en pie y dije a pleno pulmón….. ‘Sí…….. Pietro está aquí….’, callándome lo de que comiendo un gajo de mandarina, pues siempre me dicen que doy demasiada información.

    Luego dijo otro nombre que no era el mío por lo que no os puedo decir quién era´, y por lo tanto de esa información carezco.

    Así que al cabo de diez minutos Pietro y Severina entraron, no antes sin que la esposa me contara muchas cosas de su vida y Pietro se tomara su segunda mandarina. 

    Acto seguido se sentó otra pareja a mi lado. Él era Pedro, coincidencia de nombre con el anterior, según me dijo la esposa, la cual me contó que eran de Granada y que estaban pasando unos meses en Palma, que ella tenía muchas descomposiciones (lo que por prudencia me hizo no ofrecerle una de mis preciosas mandarinas).

    Pero Pedro que estaba del estómago sano, sí que miró las mandarinas con ojos golosones y no tuvo reparo como su tocayo napolitano, en coger una y comérsela en un santiamén.

    A ella, Angustias, para ser exactos y precisos, la llamó la enfermera, se levantaron y dejaron los dos huecos libres y acto seguido se sentó una chica que me pregunto si esperaba a la médico y le dije que sí, pero el mío no era una mujer. 

    Me dijo que el médico mío se había jubilado y había una sustituta. Ella tenía hora antes que yo, pero llegaba tarde pues se había mareado en la calle y me contó un poquito sus circunstancias. Estaba toda pálida y le ofrecí una mandarina, que es lo único que le podía ofrecer. La pobre me la cogió y tras comersela recuperó el color, al momento que la llamaban para entrar.

    Después me llegó el turno a mí. Sólo para los resultados de unos análisis, por lo que la médico nada más entrar me dijo que mis análisis estaban bien y que me podía ir ya. No me dio tiempo ni a sentarme. 

    Es decir, tanta y tanta espera para después estar un segundo y medio en la consulta. Pues menuda gracia. Ya me podían haber gritado mi nombre directamente y a continuación decir: ‘Está usted como una rosa: no importa ni que entre’.

    Cuando salí del pasillo entró un hombre muy maleducado y gritanto: ‘Joer qué peste a mandarina hay en este pasillo’. A ese no le ofrecí una por supuesto. Faltaría más.

    Llegué a casa con sólo tres mandarinas en mi bolsa, pero que nos tomamos de postre y estaban buenísimas. 

    Volví al día siguiente a buscar más, (mandarinas, por supuesto) olvidándome de médicos, de penalidades y de esperas, pero sí recordando con gracia la escena de la famosa película de Robert Zemeckis, llamada ‘Forrest Gump’ y en donde el estupendo protagonista encarnado por Tom Hanks, está sentado en un banco con una caja de bombones, en una parada de autobús, mientras va contando a diferentes personajes, toda su vida.

    Yo en lugar de bombones repartí mandarinas y en lugar de poder contar mi vida, me contaron las suyas, a medida que se iban alternando en los asientos colindantes al mío.

    Un dicho de la India dice que tenemos dos orejas para escuchar y una boca para hablar. Pocas veces me acuerdo de él, pero el otro día en el médico tengo que confesar que escuché más que hablé. Y en mí, eso es casi un milagro!

    P.D. Con este escrito quiero rendir un pequeño homenaje a esos médicos de Centros de Salud que hoy están ya jubilados y que nos han atendido siempre con tanto cariño, delicadeza, y buen hacer. Yo el otro día, al mío ya lo empecé a echar de menos y mucho. Gracias de todo corazón.


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