La madrugada del pasado 3 de diciembre, pudimos disfrutar
de la llamada ‘Superluna’, es decir, vimos la luna más grande y más brillante
que nunca.
Eso se debe a un fenómeno llamado el ‘perigeo’, que es
cuando nuestro satélite de verdad, la luna, con su órbita elíptica, se
encuentra más cerca de la Tierra.
Yo la disfruté el domingo a 500 metros de altura, sobre
las ocho de la noche, en plena naturaleza y sin ninguna luz que enturbiara su
imagen.
Está comprobado que la Luna tiene efectos sobre las
mareas, sobre los cultivos, y sobre otras circunstancias como: adelantamiento
de partos, crecida de cabello, y sobre otros fenómenos que ya son más dudosos:
¿creéis en los hombres lobos? Yo haberlos visto, no los viera, como diría un
gallego, pero haberlos igual los hay. Lo
único que sé es que las pelis de luna llena y hombres lobos, con su música de
fondo, me dan un miedo y un gustillo al mismo tiempo, muy grande.
Pero lo que sí pude comprobar es que al día siguiente
tuvo efectos negativos en mi persona.
En primer lugar, el autobús de las 07.35 que me deja a
diez minutos del trabajo no se paró, pues el conductor no se dignó ni hacer
amago de acercarse: debió pensar que iba
lleno y se quedó tan pancho.
Me acordé de toda su parentela. Pues desde la mitad del autobús y hasta el
final por lo menos cabían 30 personas más, apretujaditas eso sí, pero llegando
a su trabajo a la hora en punto.
Yo que soy usuaria asidua (jo… qué palabritas) de este
medio de transporte, me pregunto:
¿Por qué tengo que escuchar siete veces que la próxima parada es por ejemplo, en la Plaza de España, y no puedo escuchar un mensaje diciendo algo así:’ Por favor, cuando entren en este precioso autobús de la EMT no se queden en la entrada… sigan y faciliten que nuevos pasajeros puedan disfrutar de él tal como lo están haciendo ustedes, estimados contribuyentes’?
Después, justita, llegué a mi hora. Y nada más entrar en el archivo en donde me
toca trabajar este mes, al pasar junto a un inmenso cuadro de un plano que está
en el suelo apoyado en la pared, al cabo de dos segundos escuché: ‘cataplum
chim pum, clik, clak, chinnnn’.
Horror: el cuadro se había caído y había chocado con una
estantería de enfrente y se había roto el inmenso cristal en varios trozos. Sólo
uno de ellos, capaz de degollar a cualquiera cayó en el suelo.
Aviso al servicio de mantenimiento: allí se presentó todo
el mundo y en la recogida intervino solamente un operario, pero la curiosidad
hizo que en un momento hubiera mirando el trabajo de rotura del cristal,
recogida y colocación en caja de cartón, más de diez personas.
Yo tengo que confesar que estaba en un rincón, y diciendo
por lo bajini cual Bart Simpsons: ‘yo no he sido…..’.
Pero cuando se fue todo personal, (que ya lo quisiera
cualquier Ingeniero para sus cáculos) entré en el archivo y ‘Plasss, se me cae
en plena cabeza un aparato escáner que había colocado yo encima de una
estantería altísima pues me lo encontré allí en medio y me obstaculizaba ya de
por sí el paso estrecho que hay entre estanterías y estanterías.
El escáner se partió en cuatro pedazos. Uno de los cuales no fue mi cabeza, que sólo
sufrió al cabo de una hora un chichón descomunal.
Menos mal que estaban dos jefas mías a las que no les
confesé la caída sobre mi cabeza.
Simplemente se había caído. Me
debieron ver con tanta cara de cordero degollado, que cogieron todas las
partes, las juntaron como pudieron y me dijeron: ‘Mila, aquí no ha pasado nada:
pacto de silencio’. Y me quitaron un
peso de encima tremendo.
Pero al cabo de un rato, llega la eficiente Lourdes,
pidiéndome el escáner que el viernes dejó en medio. Se lo doy sin decir ni mu y pensando que me
eso no lo arreglaba nadie.
Al poco rato mi querida compañera de archivo, Ana, empieza a tiritar
de frío, me dice que tiene el estómago revuelto y la veo que pasa de ‘rostro
pálido’ a ‘cara de acelga’. Le digo que
se vaya a casa, pero ella, que es tan responsable, se niega. Cuando la cara ya no era más que gris,
decidió irse. Pobreta; al día siguiente
me dijo que ya estaba como una rosa, menos mal.
Me fui a casa en un bus, llegué con media hora de
retraso, ya que perdí el bus justo cuando cruzaba el semáforo de enfrente y
después de comer tardísimo decidi ‘por si
las moscas’ quedarme en mi casita en plan ‘sofá y mantita’ viendo dos
pelis, una tras otra y pensando: de aquí no me muevo.
Pero al día siguiente cuando llego al trabajo, lo primero
que me dice Lourdes es: ¡Mila, el escáner funciona de maravilla y encima en
color!. Y me lo dijo con tanta inocencia y candidez que supe que el pacto de
silencio de mis jefas había sido eso: un pacto.
Así que lo que tengo claro es que mi cabeza o coco obró
un milagro.
(Imágenes extraídas de internet)