• Semana amable


    Este fin de semana estoy muy contenta porque todo el mundo ha sido amabilísimo conmigo y hasta personas anónimas han tenido detalles de una generosidad sorprendente.

    Empiezo con un caso curioso. Lo normal es que uno coja un autobús que le conduzca hasta donde uno quiere, baje una vez llegado a su destino y ya está. Personas todas anónimas desplazándonos sin hablar unas con otras con la única cosa en común de utilizar un mismo vehículo. Pues no, no siempre es así. Estaba el lunes esperando el autobús para ir a mi clase de English y una chica que debió verme que miraba ansiosa la calle en donde tenía que aparecer mi bus y que tanto se demoraba, me preguntó si cogía muchos autobuses, y al contestar afirmativamente se ofreció durante el trayecto hasta la Plaza de España a descargarme la aplicación del bus (aquí podéis hacerlo), mientras me explicaba cómo saber en cada parada lo que va a tardar el siguiente. Estaba yo alucinada de su simpatía y cordialidad que hasta le pregunté el nombre! y le dije que lo recordaría cada vez que utilizara la aplicación (Verónica). 

    El martes iba por una calle estrechita de al lado de San Jaime y me paró un chico joven con media cabeza rapada, barba de chivo y un tatuaje serpentil en el cuello que le llegaba casi a la boca, y me dio un susto de muerte, y sus únicas y amables intenciones eran darme un guante que por lo visto se me había caído unos metros antes, al sacar el pañuelo para sonarme. Se lo agradecí enormemente pues ese guante de lunarcitos pertenece a un par que milagrosamente tengo desde hace diez años, mientras al mismo tiempo también recapacitaba y hacía una autocrítica sobre las erróneas conclusiones que sacamos a veces de las personas. 

    El miércoles pasado además de celebrar un cumpleaños genial en Pollença con diecisiete de mis mejores amigos, me trajeron sorpresivamente a casa, una “espinagada” casera increíble. Yo creo que es la mejor que he comido en mucho tiempo. La masa esponjosa y mucha verdurita y pocas pasas como a mí me gustan. Al mismo tiempo que me invitaban el jueves a comer, y me regalaban varios obsequios preciosos, sin ser ni mi santo, ni cumple, ni Reyes, ni nada. 

    Y por la tarde del jueves una amiga que me encontré en la calle me invitó a una copa.

    El viernes dos compañeros de clase de inglés me regalaban resúmenes de apuntes de verbos, adverbios, preposiciones, etc, para ayudarme en mi árduo y duro aprendizaje del idioma de Shakespeare que tanto disfruto pero que tan negada soy. Y la profe nos obsequió con “sugus”, el caramelo por excelencia en mi familia cuando niños y no tan niños….

    Y una de las gordas es algo que hoy en día ya se ha perdido, os acordáis de cuando al entrar en los ascensores de cualquier sitio, oficina, clínica, grandes almacenes, despachos, etc, etc, la gente daba los “buenos días” o las “buenas tardes”. Como ya sabéis actualmente si los das te miran como si fueras de otro planeta. E incluso a veces si esperabas un ascensor junto a un hombre y hay dos ascensores, si subes al primero,  me ha pasado que han dicho…”suba…suba…que yo cogeré el otro”. A punto he estado otras tantas veces de decirles: “Oiga, que hoy no toca violación, puede estar tranquilo”, pues no sé qué tipo de vergüenza o repulsa les podía dar….Pues hasta en este detalle he sido sorprendida muy gratamente. Resulta que esta semana, absolutamente todos los que he cogido tanto para ascenso como para descenso, el que entraba o salía saludaba. Qué gusto. Qué gente más educada y qué amables. 

    Y es que lo normal sería que la gente siempre fuera amable. Pero deben ser las aguas turbulentas e inciertas que nos invaden desde hace tiempo, que hace que muchas personas se vuelvan ariscas, mudas y sordas. Yo lo puedo entender, incluso que lo puedan estar pasando mal y no estén a gusto consigo mismas. Pero lo que sí que no puedo entender es la mala educación, la chabacanería y la falta de respeto que estoy viendo últimamente en televisión. Tanto que hemos decidido en casa a la hora de la cena, -que lo hacemos con bandejitas en mesitas individuales delante de la tele-, esperar sin sonido de fondo, más que el de nuestras conversaciones, a que “den el tiempo” (que no sé por qué, pero desde que tengo uso de razón, oír que sale el hombre o la mujer del tiempo al mismo tiempo que mandar callar “shhhhh”, “shhhh”, es todo uno), y así evitar que se nos atragante la cena.

    Y para terminar lo más amable del día es que hace un ratito me he mordido la lengua, -en el sentido estricto de la palabra, con derrame de ese líquido que circula por capilares, venas y arterias de todos los vertebrados, llamado “sangre”-, y toda quejosa he ido a comunicarlo a mi familia y absolutamente nadie me ha dicho la consabida frase de: “¿y no te has envenenado?”, que tanta rabia y tan poca gracia me hace. Estoy que no me lo creo. Un exceso de amabilidad inmenso. Así que me voy al cine y a tapear para celebrarlo, y lo haré eso sí con toda la amabilidad del mundo, os lo prometo. Y eso que creo que la peli no me va a “bustar”, como decía mi hijo Héctor de pequeño, nada de nada. Pero se ha votado y ha salido, y es justo que la película más votada sea la que veamos. Para eso está la democracia. Ya os contaré si me he dormido o no.

    (Cuadro de Andy Warhol, titulado 'Marilyn y las flores '. Colección particular).
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