Esta tarde mientras leía un libro tenía de fondo la tele encendida. Ya sé que tendría más sentido tener música, pero por no levantarme, es decir, por vaguería supina, allí estaba yo, cuando de repente algo me llamó la atención de la caja tonta: hablaban sobre mitos alimentarios falsos.
Si hay alguien que en los últimos diez años haya hecho más regímenes esa soy yo, así que no pude eludir dejar el libro y escuchar con atención.
Vaya soponcio que me llevé con lo que allí estaba escuchando. Resulta que cada mañana no dejó escapar ni un segundo de mi zumo de naranja recién exprimido bebiéndolo ipso facto (incluso con el ritual de entre zumo y zumo de cada miembro de la familia, (que es la única comida del día que no hacemos juntos) lavar las dos piezas del exprimidor, secarlo y dejarlo inmáculo para su nuevo uso, y resulta que va y me dice un científico de un importante Centro de Investigación, que no pasa nada; que no pierde para nada las vitaminas de la naranja y que lo único que puede pasar es que si pasan muchas horas, pueda alterarse su sabor o color. Así que mañana la exprimidora va a soltar humo, pues el zumo va a ser a partir de ahora “familiar” y compartido. Y vamos a poder tener la misma fuerza y vitaminas que el primo de zumosol.
Más perpleja me quedé con un estudio sobre los productos “light”. Pusieron juntos, un plato de “callos con chorizo” (de un aspecto grasil insuperable), una “hamburguesa con patatas”, “queso semicurado light” y una bolsa de patatas fritas “light” y ante una gran encuesta para que valoraran cuál era el que consideraban más calorífico, resulta que el que todo el mundo puso (como hubiera hecho yo misma) fue el de callos con chorizo. Pues no, queridos amigos. El más calorífico era el de las patatas fritas light y el que menos el de los callos con chorizo. La alegría que le voy a dar a uno que yo me sé cuando en sus menús de mediodía le incluya de vez en cuando este plato por el que suspira desde hace siglos y en cambio le suprima de raíz todas las bolsas de patatilla, raciones de queso, galletas, etc., que contengan la palabra “light”. Si no se pueden comer, no se comen ni siendo light ni siendo normales. Faltaría más.
Y ya lo que me indignó e hizo que me enfadara conmigo misma, -que ya son ganas- era sobre el mito de la zanahoria. Resulta que tomar mucha zanahoria no pone más morena. Y yo, desde la pubertad atiborrándome todas los meses previos al verano de esa hortaliza perteneciente a la familia de las umbelíferas, y resulta que según el Científico que experimentó en dos gemelas haciéndolas tomar a una dos meses seguidos zanahorias a mogollón y a la otra dejándola que comiera lo que le viniera en gana, el resultado científico fue que lo único que logró la comilona de las “daucus carota” (nombre científico del alimento en cuestión) era ponerse un poquito naranjita, pero expuestas las dos gemelas a las mismas intensidades y sesiones de rayos UVA las dos se pusieron exactamente igual de bronceadas. También hay que decir que yo soy de un pánfilo supino pues me hubiera bastado comprobar que siempre mi hermana gemela se pone cada año mucho más negra que yo, con la única explicación de que la tía se tira al sol cual lagartija muchísimo más tiempo. Y es para indignarse que teniendo en casa la prueba científica en sí mismamente, es decir, mi querida gemela del alma, hubiera cometido ese fallo garrafal siguiendo las primaveras cual conejo Bugs Bunny, y lo que es mucho peor: no hubiera ahorrado al erario público mucho dinero en tanta investigación gemelil para llegar a la misma conclusión que yo.
Pero al final del programa me dieron una buenísima satisfacción. Pues si hay una persona que le gusten los helados muchísimo, esa soy yo. Me gustan durante todo el año. Pues mira por donde, el científico confirmó que comer helado hace sentirse mucho más feliz a las personas pues se nos activan nuestras zonas del área del placer (y no precisamente las que estáis pensando, pillines), y que la gente que come helado se siente mucho más dichosa en ese momento, que las que se privan de él. Ah, cuando lo diga en casa, con lo que me han criticado mi adicción a ellos!.
De todas maneras, cuando terminó el programa ya apagué la tele y puse música de fondo y antes de seguir leyendo la última y divertidísima novela de Eduardo Mendoza, pensé que tras probar y probar regímenes, trucos, comidas light, etc, lo mejor que me había ido en este último año, eran las visitas cada quince días a mi Médica Nutricionista Elena Martín, que había conseguido sin ninguna ayuda de ampollitas, pastillitas ni bebedizos mil, simplemente con su saber basado en el equilibrio alimentario y unas buenísimas pautas, empezar a comer de una manera muy sana y quitarme esos diez kilos de más que me sobraban. Y todo ello sin pasar hambre. Ahí es na!!!