Tenemos una gran revolución en nuestra finca de vecinos. El tema tan grave que ha provocado dicha llamémosle ‘revuelta’ ha sido ni más ni menos ‘un grillo’.
Parece una tontería o una banalidad pero no, amigos míos no lo es en absoluto y hasta ha sido motivo de una estudiada y solapada investigación.
Si te vas a pasar unos días al campo, ya sabes que te arriesgas a disfrutar por las mañanas de los cantos tan bonitos de los pájaros, por las tardes del balido y los cencerritos de ovejitas preciosas que pacen con sus crías; y por la noche, animalitos como el grillo, ‘cri’, ‘cri’, ‘cri’.
E incluso en algunas casas, como las de unos amigos nuestros, tienen un gallo que el pobre no se entera muy bien de su misión, y canta las horas desde más o menos las tres a las seis de la mañana de media en media hora, cosa que despista un poquito, dicho sea con todo cariño a mis amigos e incluso al susodicho gallo, e incluso medio adormilada piensas: ‘qué bonitooooo, estoy en el campo, lejos del asfalto y del mundanal ruído'.
Eso sí , seamos sinceros, también pensando que una semana entera de estar allí te podía llevar a querer estrangular al gallo y comértelo a la pepitoria.
Pero que estés en la ciudad, en una comunidad amplia de vecinos y por las noches en el patio vecinal (que retumba el triple) se instale un grillo y no pare durante toda la noche de hacer ‘cri cri cri’ como un poseso, la verdad no es muy gracioso e incluso chocante.
Y lo peor es que con el pabellón auricular en la almohada, -que es como normalmente los seres humanos dormimos, lo escuchas todavía muchísimo mejor y con mayor sonoridad.
Por eso ha habido corrillos vecinales. Es decir, mientras estás tendiendo plácidamente la ropa con el sonidito del ‘cri’ ‘cri’ y ‘cri’ y ves a tu vecina de enfrente, que es de las personas más educadas que conozco, que diga en voz alta, ‘este sonido no hay quien lo aguante’, debajo oigas a otra vecina, ‘yo lo estrangulo’ (refiriéndose por supuesto al grillo, no a su marido), y al del bajo salir a su patio con algo parecido sino a una linterna de espeólogo a un foco de auditorio, deslumbrarnos piso por piso para averiguar la posición exacta del insecto ortóptero de la superfamilia Gryllidea, del suborden Ensifera.
Que queréis que os diga, muy normal no es y sobre todo muy poco íntimo si son las once de la noche y cada cual va con la cara ‘lavá y bien lavá’ y no vestido precisamente de noche para salir, sino 'de noche' para entrar en la cama mismísima.
Así que la otra tarde entré por el portal y me encontré a otras dos vecinas que me dijeron que el ruido provenía de mi piso y me sentí muy mal y les juré que había mirado, por la parte que me toca, todos y cada uno de los rincones de mi galería y que estaba segura que provenía de más arriba y que si querían podían comprobarlo in situ.
Al momento entró otro vecino diciendo que ya lo había averiguado, que el grillo estaba en el sexto, a lo que la anterior que me había ‘acusado’ de ser la arrendadora de tal bicho, saltó diciendo que el sexto era el suyo y que en su vida había habido bicho alguno, salvando por supuesto las distancias de su querido gatito, Nicolás, que ya pasó a mejor vida hace un par de añitos.
Pero ahí no terminó la cosa porque entró Don Alfonso, que entre nosotros, siempre está en posesión de la verdad, y dijo que el insecto pertenecía al ático. Y allí saltamos todos pues en el ático viven dos preciosos mellizos que sus padres llevan ya casi un año comentándonos lo bien que duermen los bebitos y por consiguiente los papitos, y si tuvieran algún grillo cerca estoy segura que removerían cielo y tierra para echarlo de su galería.
Así que ayer nos encontramos un papel en el ascensor que decía: ‘Se ruega con la mayor premura posible que el/la dueño/a del grillo que nos deleita por las noches con sus cánticos, lo ponga en conocimiento de la Comunidad de Propietarios para tomar las medidas oportunas en pro de la buena armonía y convivencia vecinal’.
Desde entonces, después de darnos los oportunos ‘buenos días, tardes o noches, según corresponda a la hora del día’, nos miramos los unos a los otros buscando cualquier atisbo de culpabilidad, dolo u ocultamiento de pruebas, evitando por supuesto las subidas en ascensores conjuntas, pues allí sí que nadie se escapa de la mirada inquisitiva y taladrante del vecino subidor o bajador.
Pero todo tiene sus ventajas. He adelgazado un kilito por los tutes que me doy subiendo y bajando tres veces o cuatro al día, con tal de evitar que se me pueda acusar injustamente de hospedar a semejante bicho. Faltaría más.