Él tiene la culpa de que yo publique este modestísimo blog, con el cual disfruto tanto. Gracias por compartirla también vosotros conmigo.
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No soy mujer de hacer distinciones sobre hombres o mujeres, así que casi nunca comento o gasto bromas con los consabidos tópicos entre ambos sexos. Somos simplemente personas, que no es poco.
Admiro profundamente eso sí, a todas las mujeres que a lo largo de la historia han luchado por equiparar sus derechos al de los hombres, y me causa mucha lástima e indignación cuando veo cómo puede haber todavía países en que las mujeres estén relegadas a tan bajísimos o nulos planos.
Pero hay una cosa en que sí somos completamente diferentes. Y creo acertar si digo que la inmensa mayoría de féminas piensa lo mismo. Y es que ‘el hombre nunca se pierde’, y por eso no necesita ni necesitará jamás de los jamases, preguntar una dirección. No sé si es una cuestión de vergüenza, o por el contrario de orgullo. O simplemente es una cuestión de “sus mismísimos”. Pero lo que está claro es que en este aspecto son más chulos que un ocho.
Cuántas veces, ya perdidos en cualquier lugar y a punto de gritar de desesperación, le hemos dicho a nuestro marido, novio, amigo o lo que sea, como quien no quiere la cosa y con voz suave y melodiosa, ¿y si preguntáramos? Ah!!!. Qué tontería preguntar, te contestan. Ellos saben perfectamente cómo se llega y dónde están. A mí por ejemplo, me han llevado por no querer preguntar, en lugar de a la inauguración del fantástico Museo Can Prunera de Sóller, -después de pasar tropecientas veces por los mismos lugares-, directa a la entrada del cementerio de dicha localidad. Y yo casi con lágrimas en los ojos y con voz de cordero degollado, decir: ¿no crees que no es aquí? Contestación: pues coge tú el volante y a ver si lo encuentras. Y al final llegar, eso sí, pero una hora tarde y con una cara hasta el suelo por las ‘perlas’ con las que nos hemos obsequiado conductor y copilota.
Y en las tiendas y sobre todo en las grandes superficies? Esa es otra. La otra tarde había quedado con unas amigas para tomar una copa, y mi amiga Tere venía descompuesta. Le preguntamos qué le había pasado y la pobre nos dijo que después de una tarde agotadora en su trabajo, su marido le había pedido que la acompañara a comprar ropa interior a unos almacenes.
Cuando llegaron, ella sugirió pedir ayuda a una dependienta que amablemente les sonreía. Contestación del marido: ‘Sé perfectamente dónde están los calzoncillos y los calcetines’. Lo debía saber perfectamente pero se pasó media hora buscando color, talla, maldiciendo en arameo y diciendo que le habían cambiado las cosas de sitio.
Tere aguantó estoicamente, le intentó ayudar, pero contestación: ‘no hace falta que me ayudes, no soy tonto’. Bueno, ya habían encontrado los calzoncillos y ahora tocaba los calcetines. Tere viendo lo que se le volvía a venir encima y con un agotamiento supino le vuelve a sugerir pedir ayuda. Contestación: ¿No voy a ser capaz de encontrar unos calcetines de lana ‘punto blanco’. Pues no…no fue capaz y mientras la sufrida Tere escuchaba por megafonía: ‘Si no encuentra lo que busca estaremos encantados de ayudarle’, se mordía la lengua por no morderle a él directamente y sin anestesia.
Al final la solución fue ir a buscar a la señorita sonriente, la cual en un plis plas, (para sorpresa del marido/ego/todo-lo-encuentro), encontró el color, talla, largo y con una amabilidad encomiable.
Cuando terminó de contarlo. Todas le dijimos al unísono y a coro: Es que no sabes que los hombres nuncaaaaaaaaaaaaaaaa preguntan. Y nos pusimos también a reír y a pasarlo pipa, mientras nuestra amiga Tere nos prometía que nunca jamás volvería a cometer ese error tan garrafal!. Palabrita del Niño Jesús.