• El bofetón de una madre



    Leo hace un par de días en la prensa un titular que decía textualmente:

    ‘Absuelta una madre a la que su hijo denunció por darle una bofetada’.

    Evidentemente, seguí leyendo y la cosa tenía su miga. Por lo que deduje no fue el caso típico de la familia ‘televisiva’ que están desayunando su ‘colacao’ o sus cereales ‘Alll Bran’ y de pronto por no querer acabarse la última galleta con fibra, que tan bien le va a la criatura para su tránsito intestinal, la madre le propina un guantazo al pequeñín.

    En este caso, los hechos por desgracia fueron más desagradables y lo que ha dirimido el Juez es que la madre obró así ante la actitud violenta del menor. Y ya por la noche leí en un suplemento de un dominical atrasado, de esos tan contundentes, un artículo llamado el ‘síndrome del niño emperador’ en el que relataban verdaderos casos de niños que abusan de sus padres, -por supuesto con el consentimiento de los mismos- y que se les han hecho ser el rey de la casa en el sentido literal de la palabra.

    Y recordé como el mes pasado me reuní con un grupo de amigas entre las que había algunas con hijos e hijas de once, doce o trece años, y me quedé anonadada del imperio que ejercían sus hijos/as en sus casas. Una de ellas, junto a sus padres, pareja y sus hijos de once y doce añitos nos contaron que pensaban hacer una escapada este agosto por el Rhin.  Pero allí se plantaron los niños y dijeron que ‘nanay del Paraguay, que se les llevaba a Disneyland París o que ellos no iban.  Y eso con la cara enfadada y desafiante.

    Y claro, les dijimos que no fueran tontos que en el Crucero los niños también lo pasarían muy bien pues había actividades para ellos. Pero la madre nos dijo que no, que al final han sacado pasaje para cuatro y por segunda vez irían ‘seis días y siete noches’ (como la película de Harrison Ford) a un hotel allí en medio del parque temático. Y que los abuelos habían decidido quedarse pues ya no estaban para colas, atracciones y para las quinientas apariciones al día de Goofy, Mickey, Minnie, y toda la panda de Disney, en desayunos, comidas, meriendas y cenas.

    Bueno, antiguamente se decía que la familia que rezaba unida permanecía unida. Pues eso, pensamos las demás, si por ir por un precioso y tranquilo río y disfrutar de ciudades tan bonitas como Heidelberg, Colonia, Coblenza, Basilea, etc, la familia se va a desmembrar de esa manera tan horrible, pues nada a por Disney…. y a volver a las colas, y a lo que los niños mandaran.  Y supongo, viendo el panorama blandengue de los progenitores,  habrá una tercera escapada.

    Y de repente salta otra amiga, diciendo que llevan tres semanas sin salir de casa los fines de semana, pues a su pequeñín de diez años, le da por jugar a la consola y no le apetece con este calor ir a ningún lado. Yo perpleja insinué… ¿y si le obligáis a salir? Bueno, bueno, casi me taladra con la mirada. ¿Obligarle? Eso, sería ejercer una autoridad injusta contra él e ir en contra de su libertad democrática. No tiene por qué apetecerle venirse a dar una vuelta por el centro, o el domingo ir a la playa si la arena le da repelús.

    (Entre nosotros, yo ya notaba que tenía una cara demasiado pálida para estar en pleno canícula) pero con esas razones de peso de que al chiquitín le daba asquito poner los pies en la arena, tuve que asentir con la cabeza y casi coserme la boca por no soltar un improperio.

    Y así, la tercera amiga que es de las mías, es decir, no tan jovenzuela, y ya peinando canas, me dice que día sí y día también tiene que quedarse con su nieto de cuatro añitos. La verdad es que nos sacó el móvil y nos enseñó unas doscientas cuarenta y ocho fotos y siete vídeos y el niño está para
    comérselo.

    El problema es que la criatura ya se ha cargado siete móviles de la abuela, dos tablets y los mandos de todo aparato que sea susceptible de ser tocado por un niño.

    Yo le dije, que no se lo dejara pues no ganaría para móviles. Que para eso, yo creo (en lo que me puedo acordar) existen juegos de puzles, los clics, playmobil, legos, libros animados, que hasta hablan, y hasta juegos de construcciones.

    Bueno, lo que dije…. Se pusieron todas a reírse de mí, pues según ellas estaba tan pasada de moda como ‘Fray Escoba’ (cosa que me tocó mi fibra sensible, pues no había Semana Santa que se preciara cuando era pequeña, que no pusieran tan emblemática y profunda película). ¡Ahora si un niño no tiene un móvil no es niño ni nada!, sentenciaron todas.

    Pues vaya pensé. Allá cada cual con la educación de los niños. Yo no soy la más adecuada para dar consejos, pero lo que sí os aseguro, prometo y lo cumpliré, es que cuando vaya a sus casas tanto de las jovencitas como de la abuela, ‘me olvidaré de móviles’, ‘tablets’ o cualquier instrumento de tal índole, no vaya a ser que me lo quieran las criaturas coger y si me niego los papis o la abuelita, me taladren con la mirada.

    El llanto de un niño, podría llegar a ablandar mi corazón, pero esas miradas profundas y desaprobadoras de sus progenitores o 'yayos y yayas', no sé si las soportaría. Y para disgustos, los mínimos....
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