En estos días estoy preparando mi sexta mudanza de casa,
y me estoy acordando de una señora que contaba a mi madre, hace la tira de
años, que tuvo un aborto ‘haciendo una mudanza’.
¡Lo que me extraña es que después pudiera concebir y parir,
cuatro hermosas criaturas! Y que hayan salido sanos y salvos y encima con una
notazas buenísimas, es decir, con la cabeza estupendamente amueblada (nunca
mejor dicho) y además buenísimos.
Y es que esta semana de ‘preparación mudanzil’, estoy
exhausta. Cuando me llaman por teléfono
en mitad de la faena, me encuentran resoplando.
Se creen que, o me está dando un jamacuco, o me han encontrado en una
situación completamente comprometida.
Pues no. Ni una
cosa ni otra. Simplemente, o estoy
subida a una escalera cogiendo libros, (la mitad se me caen en la cabeza) o
estoy agachada envolviendo cositas con burbujitas y vuelta a subir, vuelta a
bajar, metiendo en cajas, vuelta a subir a la escalera. Casi me caigo. Digo una palabrota. Suelto otra peor. Y cuando suena el móvil o el fijo, suelto
otra, sobre todo si estoy subida a la escalera y haciendo equilibrios con todos
los libros que quiero coger, ansiosa de mí, de una tacada.
Veo una figurita del año del catapún chimpún, y suelto: ¿pero de dónde ha salido esta monstruosidad? ¿Cómo he podido guardarla tantos años?
Y los álbumes de fotos y fotos sueltas, ¿qué me decís de
ellas? Seguro, que mejor no mirarlas.
Con algunas me he puesto a llorar de ver cómo he
cambiado; con otras tanto de lo mismo por ver a personas que ya no están; y las
de cuando eres pequeñita: ¿pero cómo permitió mi madre que hiciera la 1ª
Comunión a mi gemela y a mí, con ese flequillo, teniendo el pelo rizado cual
estropajo? Se lo perdono pues supongo
que lo hizo con su mejor intención, pero delito… lo tuvo y mucho, pero a los
seis años y con la ilusión, ni nos debimos fijar para protestar.
Así que he tirado un montón. Total para llorar cuando las veo, mejor no
verlas.
Y he tomado una determinación. He empezado a meter en bolsas y cajas
cantidad de cosas que voy arrastrando de mudanza en mudanza y que, aunque las
miro, las remiro, y me da penita, más penita es la manía de atesorar tantos y
tantos recuerdos.
Así que la primera ONG o el primer mercadillo que me pida
cositas para vender, ahí irán todas esas cosas, muchas estupendas, que seguro
podrán sacar unos buenos dinerillos a tantas y tantas personas necesitadas.
Igual después si voy al mercadillo, me pasa como hará
diez años, que recompré una chaqueta preciosa tipo ‘chanel’ de Zara que di, que
cuando la volví a ver allí, colgada en la percha y al lado de tanta birria, me
arrepentí tanto que volvió a mi cuerpo serrano por aquellos entonces. Al menos sirvió para que se ventilara y para
unos dinerillos para los necesitados.
Y como devoradora de libros que soy y arrastradora de
cientos y cientos en cada desplazamiento, (con las innumerables cajas que ello
conlleva) se me ha ocurrido desde hace un año aproximadamente, ir poniendo de vez
en cuando, remesas de veinte en veinte libros en el mostrador del portal de mi
finca en donde estaba el portero.
Y hay veces que cuando vuelvo a bajar otra remesa el
mismo día, ya han desaparecido casi todos.
Algunos vecinos han averiguado la procedencia de ese despliegue (los libros están impecables, como nuevos) y ya se dirigen a mí, preguntándome cuándo bajaré más y de que tema serán esta vez.
Así que he llegado a la conclusión de que lo que de
verdad importa, además de lo típico: la salud y alguna cosilla más, (como diría
la canción) es rodearse de lo imprescindible y de las cosas que
sentimentalmente nos alegran nuestras casas y simplificar. Y tener además de
una magnífica familia (en mi caso excelente y numerosísima) los mejores amigos
del mundo. No me pudo quejar, los tengo y además en estas
circunstancias que me han tocado vivir últimamente, no me bastan los dedos de
las manos, ni de los pies. Un lujazo.
Así que aquí os dejo, pues me duele todo el cuerpo, y en
una agachada ya casi no me he podido levantar.
Y como diría Ana Torroja de Mecano, no ha sido porque ‘el fin de semana
me dejó fatal’, sino de tantas subidas, bajadas, estiramientos y otros
menesteres.
No son bromas, he gastado, de momento, 140 metros de
burbujas. De esas que parecen las balas
de paja que ves cuando vas por la carretera.
Así que antes de irme a dormir, me voy a poner el réflex en
mis partes lumbares. Y eso que en la
fecha de caducidad del mismo, pone el año 2000. Supongo que viene de la cuarta mudanza. Bueno, qué le vamos a hacer. Peor seria que fuera de la primera, ¿no
creéis?.