‘Condenado a un año y nueve meses, por robar 40 bragas de un tendedero’.
Éste es el titular de una noticia que leí este fin de semana en los medios.
Todavía sigo perpleja con dicho titular. Tanto que compré el periódico para leer algo más pues el mismo era más que impactante.
Resulta que un hombre de unos cincuenta años y residente en una localidad muy céntrica de la Isla, se dedicó reiteradamente durante un mes, a acceder a una terraza que no era la suya, a través de un edificio colindante, saltando un metro y medio de altura, para una vez allí, ir directamente a la coladuría y birlar en cada visita unas bragas.
Las dueñas de las prendas íntimas son dos Guardias Civiles, que por lo visto cuando empezaron a darse cuenta de las sustracciones continuas, y atemorizadas por ello (no me extraña pues una cosa es que te roben un abrigo de cachemire para abrigarse, y otra que te roben bragas y tangas para no sé sabe el qué…..) y ante la idea de que fuera un depravado, decidieron poner una cámara para detectar al intruso.
El plan dio sus frutos pues allí quedo grabado el varón en el momento del hurto de las mismas. Y fue identificado y bien identificado con las manos en la masa.
El arrestado ingresó en prisión durante dos meses hace ya por lo visto tres años, y el viernes pasado en el juicio que se celebró para dirimir los hechos, el Ministerio Público rebajó la pena de cuatro años y medio inicialmente solicitada, por la que os he comentado al principio de este escrito, ya que el varón reconoció los hechos y aceptó su culpa.
La verdad es que no es la primera vez que oigo algo similar, e incluso yo he visto menguada hace muchos años mi colección de ropa interior, cuando tonta de mí se me ocurría colgarla en un tendedero comunitario.
En aquellos años descubrí quién las robaba, y era una vecina que además de ‘amiga de lo ajeno’ era una vaga absoluta y redomada, pues a veces por pereza de subir los cuatro pisos (de los antiguos) hasta la azotea, colgaba sus prendas en una especie de tenderete que instalaba en el patio de la planta baja de su casa. Y entre ellas, estaban ‘las mías’.
Me indigné cuando lo descubrí, pero no le dije nada, por eso de la ‘buena convivencia y armonía vecinal’, pero desde entonces mi casa se llenó de perchas con prendas colgando, tanto de una puerta como del cabecero de una cama o de cualquier sitio que fuera susceptible de ello. Y todo ante la idea de quedarme en la ruina a base de reponer bragas. Por supuesto, los días de colada y secado, no podía tener muchos invitados, con esa casa convertida en coladuría viviente por culpa de 'la ladrona de los bajos', nunca mejor dicho.
Pero ella al menos las hurtaba para usarlas. Y es eso lo que me ha llamado la atención del ladrón del periódico. ¿Qué hacía con las bragas?. En mi casa me han dicho que lo que pudiera hacer, no se podía poner en un periódico que pueden leer menores. Y que deje de imaginarme cosas.
Bueno, digamos que era un cochinorro marranete. Vale. ¡¡¡¡Pero robar cuarenta¡¡¡. Eso ya me parece un abuso total y absoluto. Es lo que me desconcierta.
Si como pienso yo, y en el mejor de los casos, se tratara de un caso de ‘fetichismo’, por lo que he visto en las pelis y en las novelas que hablan de casos similares, con ‘una prenda o recuerdo’ le hubiera tenido que bastar. Pero tanta reincidencia…. No lo entiendo.
Hay una frase típica de las películas de crímenes y de juicios que tanto me gustan, y es que ‘el criminal siempre vuelve al lugar del crimen’.
Pues en este caso, el ¡ladrón de bragas! no le bastaba con tener un par o media docenita. Él volvía y volvía supongo que pensando que nunca le cogerían.
Pero lo que no podía imaginar es que las mujeres, aunque caprichosas como las que más, no llegamos a tener tantas y tantas prendas interiores. Y que en este caso, además eran Guardias Civiles.
Además cuando nos roban cuarenta, podemos empezar a sospechar que algo pasa y que a diferencia de lo que les pasa a los calcetines, es imposible que la lavadora se haya podido tragar tan elevado número de las mismas.
Ahí está el problema. Una cosa es el uso y otra el abuso. Y en este caso ha sido un abusón total y absoluto. Si se hubiera conformado con unas, otro gallo le hubiera cantado. Y quizás como pasó con mi ‘vecina de los bajos’, la cosa hubiera quedado en una simple anécdota de un pequeño hurto.
¡Ah, la codicia humana!.